La formulación central que da cuenta de la intencionalidad genocida se basa en postular que hay un grupo de población que no existe, que nunca existió o que no merece existir entre nosotros. Se planteaba que los armenios no eran otomanos ni turcos, que los judíos no eran alemanes ni europeos, que los subversivos no eran argentinos y que los tutsis no eran ruandeses. Otra vez se pueden identificar las mismas lógicas hoy en Myanmar, con un gobierno que plantea que todos los grupos no birmanos no merecen ser ciudadanos de pleno derecho de Myanmar pero, en especial, que los musulmanes rohingya nunca lo han sido y que el propio nombre con el que se identifican (rohingya) es un invento que se encuentra prohibido para su utilización en el país. Incluso algunos representantes de Naciones Unidas han decidido aceptar su no utilización, como se evidencia en el informe de la comisión liderada por Kofi Annan, que decidió llamarlos “musulmanes del Estado de Rakhine” (una provincia de Myanmar), para no incomodar al gobierno actual de Aung San Suu Kyi, quien recibió el Premio Nobel de la Paz por su enfrentamiento con los militares golpistas, a los que ahora se ha unido (como Consejera de Estado y virtual primera ministra) en su lucha contra los grupos no birmanos y, muy en especial, contra los musulmanes.